Las cosas bonitas se hacen esperar. Eso se dice y, en algunos casos, resulta cierto. Después de unos cuantos meses, Fer y yo hemos tenido nuestra luna de miel.
Durante once días hemos estado en Alemanía. La fascinante Berlín y la bella Bonn y Köln, han sido las ciudades por las que hemos transitado, las que nos han acogido en unos días inolvidables tanto por deseados como por disfrutados.
Berlin merece un comentario especial. Es una de las ciudades más libérrimas del mundo, arquitectónicamente apasionante, repleta de modernidad y arte y cultura. Sus anchas calles denotan el paso de la historia por ellas, desde su muro, que eriza la piel y la emoción, hasta sus grandes monumentos, que reflejan buena parte de la belleza de Europa.
En Bonn, junto a Vanessa y Markus, y a su hijita Eliana, hemos estado como en casa. Ellos, con su exultante generosidad, nos han ofrecido ocho días de un domingo eterno. Donde la buena comida, la conversación, el vino y la cerveza nos han unido más que nunca. Gracias sinceras y de corazón para ellos.
En Colonia, la catedral que espera a la salida de la estación del tren y te impacta para siempre. Su grandiosidad, su elegancia y su majestuosidad te impregan. Única.
En estos días, Fernando y yo hemos vivido al máximo, hemos caminado largas y divertidas horas y hemos descansado convenientemente.
Han sido unas vacaciones perfectas: desde la belleza del país, a las particularidades de su cultura, al Berlin más liberal, a la amistad y cariño de nuestros primitos, a la risas, a las cervezas y al difícil idioma.
Hemos estado tan felices que parecía que todos los días eran domingo.
Tchuss!!!
1/22/2007
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